EDITORIAL.

Denver, enero del 2001

Coyuntura política y retos para el movimiento mapuche.

        Por estos días nuevamente el conflicto nacionalitario sacude al País Mapuche. En ese marco, pitonisos nacionalistas chilenos compiten en ofrecer soluciones. Un sagaz senador de Renovación Nacional ha declarado que es con educación y no con repartición de terrenos como el problema de integrar a los mapuche se resuelve[1]. Otros postulan que otorgar subsidios a la extrema pobreza o becas de estudio podría “bajar el perfil” al conflicto[2].

        Los apologetas del etnocidio muestran precaria originalidad en sus propuestas, las que no hacen sino continuar el derrotero de las políticas estatonacionales hacia las minorías nacionales oprimidas y colonizadas. Después de 118 años de conquista militar e incorporación política de la nación mapuche al Estado-nación chileno, las unilaterales soluciones pregonadas por nacionalistas chilenos son mitos. Si la educación asegurara escapar a la pobreza, no habría indigentes con títulos en el Chile. Y si el crisol de la patria –léase integración– fundiera las diferencias étnicas haciéndolas converger en un nuevo ser, en el censo de 1992 no hubiera habido mapuche urbanos declarando ser mapuche.

        Por lo anterior, para el movimiento mapuche no es imperioso prestar seria atención a las “soluciones” chilenas en la presente coyuntura. Ello, porque en el contexto del conflicto nacionalitario en desarrollo en el País Mapuche, dos condiciones fundamentales para que cualquier “solución” estatonacional sea creíble y prospere no están dadas. Me refiero a terminar con la pobreza de los mapuche (combustible para el conflicto nacionalitario), y a un divorcio entre grupos dirigentes en el Estado y grupos económicos dominantes en la sociedad estatonacional chilena.

        En relación a lo primero, la pobreza mapuche no se va a resolver ni en el corto ni en el mediano plazo, porque el Estado no actúa sobre las causas que han originado la pobreza. Esas causas no son otras que la expoliación territorial y la colonización del País Mapuche, que incluso hoy continúan. Las actuales inversiones forestales, energéticas y de infraestructura turísticas en desarrollo en el País Mapuche no son sino la expoliación y la colonización contemporánea. Esas iniciativas económicas de “desarrollo”, además de producir pingües dividendos a empresarios chilenos y extranjeros, sólo han producido desplazamiento de población mapuche y profundización de la miseria mapuche.

        Por ejemplo, el cultivo industrial del pino y del eucalipto no ha tenido impacto en la contratación de mano de obra mapuche, y es conocido que ha contribuido a deteriorar el medioambiente productivo de los campesinos mapuche y del país Mapuche. Los proyectos hidroeléctricos han traido relocalización a la población mapuche-pewenche, en áreas de dudosa calidad de vida. Y las riveras de los lagos en el País Mapuche, que hasta hace muy poco eran todas tierras mapuche, hoy albergan complejos turísticos que han barrido la población mapuche sin afectar positivamente la economía familiar mapuche. Resumiendo, todas esas iniciativas no han hecho sino desplazar y empobrecer a los mapuche.

        Y no puede ser de otra forma, si después de décadas de economía de libre mercado una realidad que golpea tanto a mapuche como a la población chilena dominada, se impone. Esto es, que crecimiento macroeconómico no se congenia con satisfacción de demandas populares. Para competir con producción en los mercados internacionales, los capitalistas chilenos deben pagar salarios miserables. Y el Estado ayuda a garantizar a esos capitalistas, una masa laboral subyugada y desprotegida de derechos elementales. Entonces, el discurso de aliviar la pobreza mapuche y la del resto de los sectores dominados en Chile es un chiste, porque la preocupación de los grupos en el poder desde Pinochet a Lagos, no ha sido otra que profundizar los cambios económicos estructurales iniciados durante la dictadura. Bajo ese antecedente los mapuche no han sido ni serán los beneficiarios de los recursos de su propio territorio, sino las víctimas a sacrificar por una concepción del desarrollo que nunca se ha propuesto insertarlos y que siempre a promovido despojarlos.

        Y en relación con lo segundo, y sin perder de vista lo anterior, los actuales grupos dirigentes de la sociedad estatonacional chilena no van favorecer a los mapuche en sus demandas, al precio de romper con los grupos económicos dominantes y que controlan la economía estatonacional. Grupos dirigentes y de poder económico en el Estado-nación chileno mantienen un pacto de respeto a una concepción de desarrollo, que se debilitaria al ceder apaciblemente a las demandas de los oprimidos y colonizados. La riqueza de hoy de los sectores económicamente dominantes en Chile y en el País Mapuche, como he señalado en el parráfo anterior, se construye sobre la explotación y la marginalidad de los oprimidos y colonizados en el marco de un capitalismo salvaje aceptado y fomentado por esos sectores[3]

        Por lo todo lo anterior, no es extraño que los grupos de poder estatonacionales privilegien la represión para imponer a los mapuche su “pax” o su “orden” (operativos policiales-militares, aplicación de ley de seguridad interior del Estado, conformación de grupos paramilitares de terratenientes). Y cuando más condescendientes propongan gestos simbólicos, como comprar 150 mil hectáreas en seis años para los mapuche, a cambio de pasividad política. O creen mesas de diálogo y comisiones de estudio[4] que más que buscar resolver la confrontación nacionalitaria, buscan sacar el tema nacionalitario de la agenda pública, dando a los ingenuos la apariencia de un real interés en las demandas nacionalitarias y a los inversionistas chilenos y extranjeros la imagen de un país en calma[5].

        La actual coyuntura sugiere al movimiento mapuche cuidarse de ceder cándidamente a las respuestas desmovilizadoras y despolitizadoras estatonacionales. Y prestar más atención a difundir masivamente el discurso nacionalitario en la población mapuche y no mapuche del País Mapuche, para seguir legitimando el discurso autonomista y acumular fuerza. Pero más importante que todo, invita al movimiento mapuche a avanzar a la conformación de una fuerza política nacionalitaria, condición “sine qua non” para una negociación futura. En perspectiva de ese evento, la discusión de los siguientes temas podría ayudar: ¿cuál es el fundamento de la lucha? ¿cómo realizarla y qué métodos usar? ¿bajo qué premisas luchar? ¿bajo qué principios políticos y organizacionales? ¿contra quién y quiénes son los amigos y aliados de la causa nacionalitaria? y por último ¿por qué o hacia qué futuro? El momento no puede ser mejor para avanzar en esas tareas, y no puede ser desperdiciado.

Notas:

José A. Mariman
Comité editorial.

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